Editorial, martes 5 de febrero 2013
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Actualizado 26 may 2017
El ritual comienza tras conocer la cifra de parados. Los políticos, en el gobierno o la oposición, hacen sus lecturas que suelen ser: la herencia recibida, la incapacidad de poner en marcha políticas activas de empleo – que, a ciencia cierta, creemos que todavía no sabemos en qué consisten- y culpar al adversario, por costumbre. La mayor tragedia del desempleado no es sólo la situación que vive, sino convertirse en cifra viajera de reproches huecos entre los que se supone que deben arreglar su situación. No debería extrañarnos, ya que el ejercicio irresponsable de la política en la mayor parte de la historia de la democracia española tras la Transición ha consistido en un formal cruce de declaraciones y supuestas posturas ideológicas, manteniendo determinada prebendas y comodidades todos ellos que hacen que la sociedad los vea más como una casta que como servidores y gestores de lo público que se deben al pueblo. Hoy ha sido el portavoz socialista Durán como ayer fue el popular Navas quienes culpan uno a otro y viceversa de los más de 48.000 parados que tenemos en la capital. Queremos creer que todavía queda una intención de hacer bien las cosas en lo que a la creación de empleo se refiere, pero rituales estériles encendidos de quejas y críticas sólo deben producir una desazón al parado mayor que su situación de desempleo. Y al resto de los ciudadanos, que pierden a un ritmo cada vez más rápido cualquier tipo de confianza que aún le quedara a la clase política.
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