La Cumbre de Malta se ha cerrado con un acuerdo de mínimos entre los jefes de Estado y de Gobierno de la UE y varios homólogos africanos. La Comisión propuso un fondo de 3.600 millones de euros para programas de cooperación al desarrollo a cambio de que los países africanos controlen los flujos migratorios y acepten a las personas devueltas. Finalmente el fondo tendrá solo 1.800 millones euros, aunque por el momento el único dinero que han puesto sobre la mesa los Estados europeos no llega a los 80 millones. El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schultz, lamentó ayer públicamente que Europa prometa mucho y después cumpla poco. Y no solo en materia de dinero. Los países africanos esperaban que Europa facilitara nuevas vías para la emigración legal, cosa que finalmente hará solo en supuestos que podrían calificarse de fuga de cerebros, como estudiantes, científicos y empresarios. Así y todo, varios de los participantes destacaron el lado positivo de la cumbre, valorando el acuerdo como un primer paso entre las dos orillas del Mediterráneo para abordar conjuntamente la inmigración. Esa lectura también es válida. El problema, tal como lo planteó en Malta un dirigente africano, es que Europa sigue aferrada a una visión absolutamente negativa del fenómeno de las migraciones, capaz de ver en él solo una amenaza y no una oportunidad.