El papa Francisco escribió hace años un penetrante artículo sobre corrupción y pecado, en el que afirmaba que toda corrupción social es consecuencia de la corrupción de los corazones. De ahí provienen las malas intenciones, la avaricia y el robo. Y apuntaba que el corrupto llega a considerar su enriquecimiento ilícito como algo normal, y por tanto no llega a arrepentirse. Es una reflexión oportuna cuando se despliegan los macro-juicios de los casos “Gürtel” y de las “tarjetas black”, que han coincidido en el tiempo y en los que están implicadas numerosas personas que antaño fueron relevantes en la sociedad española. Ahora se trata de administrar justicia, con todo el rigor pero también con todas las garantías que establece el Estado de Derecho.La reflexión del papa es importante para recordar que la corrupción tiene un fondo antropológico, tiene que ver con la crisis de lo humano y con la pérdida del significado que conduce a buscar la satisfacción de la vida en la riqueza y el poder conseguidos a cualquier precio. El conjunto de nuestra sociedad no puede contemplar esta galería de casos como algo que no tiene que ver con ella, con sus propios fantasmas y sus propios vacíos. Necesitamos que se haga justicia, pero también necesitamos que despierte la conciencia de dónde radica el fundamento de una vida buena, de una verdadera ciudad para el hombre.