Después de confesarle como el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Maestro se reafirmó en el nombre de Pedro, que había dado a Simón Hijo de Jonás. Él iba a ser la Piedra sobre la que Dios iba a edificar la Iglesia. En este encargo le prometió que le daría las llaves del Reino de los Cielos, concediéndole el poder de que cuanto atase y desatase en la tierra, también quedaría atado y desatado en el Cielo. También le garantizó que el poder del infierno no derrotaría a la Nave de la Iglesia, impulsada por el Espíritu Santo. Esta misión quedó reafirmada después de la Resurrección de Cristo, cuando, tras negarle el pescador en la Pasión, le preguntó a Pedro si le quería, borrando así las negaciones del pescador en la Pasión. De esta le confirmó en el Pastoreo del Nuevo Pueblo de Dios, misión extendida a los sucesores de Simón en la Silla Papal, con la tarea de llevar a las almas a Dios durante el peregrinar por la vida, confirmándoles en la Fe.