Aunque estamos en campaña desde hace meses, hasta esta noche no comienza oficialmente la campaña propiamente dicha para las elecciones municipales y  autonómicas, sin que se haya despejado la incógnita de Andalucía. De hecho, los quince días que nos quedan de campaña van a estar dominados por la forma en que se resolverá el dilema planteado por el escrutinio andaluz: apoyar o suspender a la candidata socialista Susana Díaz. Resulta llamativo que el partido ganador, es decir, el PSOE, despreciara antes de los recientes comicios la propuesta del Partido Popular de dejar gobernar a la formación más votada en las elecciones municipales del próximo día 24. Curiosamente es lo que reclama ahora Susana Díaz. Ante el empuje de los nuevos partidos que han puesto en solfa el bipartidismo surgido de la Transición, el PSOE pugna por acercarse a su tradicional rival, al que había impedido gobernar cuando obtuvo una amplia mayoría en las últimas elecciones autonómicas. Más aún: los denominados cordones sanitarios, que el PSOE apoyó para aislar al PP, han impedido un cambio del sistema electoral que ahora echan de menos de manera oportunista. Regeneración y estabilidad de gobierno no deberían ser objetivos contrapuestos. La sociedad está reclamando un profundo cambio en la forma de hacer política, pero también demanda consenso de los partidos sobre los grandes asuntos de interés nacional: crecimiento del empleo, sistema de bienestar viable, cohesión nacional y regeneración ética