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Símplemente, el toreo

El toreo de cristalina pureza que Diego Urdiales desplegó este sábado en Bilbao, premiado con tres orejas y la salida a hombros por la puerta grande, marcó profundas diferencias en la presente edición de las Corridas Generales.

Diego Urdiales en su salida a hombros este sábado del coso bilbaíno de Vistalegre. EFE

Diego Urdiales en su salida a hombros este sábado del coso bilbaíno de Vistalegre. EFE

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 10 abr 2017

De repente, se acabaron los debates bizantinos sobre las orejas y los criterios presidenciales que marcaron la polémica y las tertulias del Bilbao taurino toda la semana, porque, como un halo de luz, el buen toreo apareció sobre la arena de Vista Alegre para poner a todos se pusieron de acuerdo.Quien aportó a la feria, y a la temporada, la magia y la grandeza de lo excepcional, esa dimensión verdaderamente trascendente de este arte de héroes singulares, fue un menudo torero de La Rioja que atesora un sentimiento torero de gran reserva.Y eso que a Diego Urdiales ninguno de los toros de su lote le puso las cosas fáciles para desplegar, con apenas veinte pases a cada uno de ellos, el poso, el temple, el buen gusto y la hondura que hicieron rugir los tendidos bilbaínos con un eco distinto al de las tardes de triunfos rutinarios.Bastó que el primero, que no le regaló ni una de sus secas y reservonas embestidas, siguiera mínimanente su muleta para que ya abriendo plaza el torero de Arnedo se hiciera con una oreja de peso.Claro que para sacarle esa docena larga de pases intensos hubo de comprometerse por completo, pisando el terreno minado ante las astas, poniendo en el empeño una irrenunciable sinceridad y asentando las piernas como plomo para poder mover los brazos con sutil precisión.Así que fueron un puñado de derechazos de gran autenticidad, junto una estocada de honestidad brutal en la que dobló la cintura en el mismo filo del pitón, los que marcaron ya una palpable diferencia con casi todo lo visto esta misma feria.Pero lo realmente contundente llegó con el cuarto, un toro castaño de poca entrega inicial al que Urdiales fue encelando con el cebo suave de los vuelos de su muleta, apoyándose en una sabia arquitectura técnica que envolvió con un lienzo de añejo sabor.Con el compás pausado de ambas muñeca, recreándose con la cintura y el pecho en la deletreada trayectoria completa de cada pase, con el poso y el reposo de los artistas más profundos, Urdiales llevó al público de Bilbao a paladear la más clásica pureza del toreo, que el menudo y gran artista riojano aún compendió en tres ayudados por bajo antológicos de remate.Otra gran estocada, que, para que no hubiera dudas, entró por todo el hoyo de las agujas y de la que el toro salió rodado para las mulillas hizo que, esta vez sí, el presidente sacara a un tiempo los dos pañuelos blancos que le abrieron a Urdiales las hojas de la inexpugnable puerta grande de la plaza de Bilbao.Después de esa revelación, la corrida entró en un dilatado letargo, como si el público se hubiera vaciado y deambulara aún entre las nubes a la que le elevó la faena de Urdiales.Sebastián Castella y Miguel Ángel Perera, que antes se habían mostrado valentísimos con dos toros, sobre todo el primero del francés, de ásperas complicaciones, se alargaron luego intentando empecinadamente centrar la atención de los tendidos ante los manejables segundos de lote.Ambos hicieron todo lo que saben y pueden -muy insistente Castella con el dócil quinto, y muy quieto Perera con el mansote sexto- pero en el ambiente aún pesaba como un recuerdo perenne el olor y el sabor de la insuperable pureza del toreo.

FICHA DEL FESTEJO

Bilbao, sábado 29 de agosto de 2015. 8ª de Feria. Media plaza.

Seis toros de Alcurrucén, de dispares hechuras y volúmenes y de juego dispar dentro de su escasez de raza. Los tres primeros mansearon y sacaron complicaciones; los otros tres, también escasos de raza, resultaron manejables en distinto grado.

Diego Urdiales, oreja y dos orejas.

Sebastián Castella, ovación y ovación.

Miguel Ángel Perera, palmas y ovación.

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