El periplo emprendido por el ex agente de la CIA, Edward Snowden, parece trazado por el mejor guionista de Hollywood. Acusado por Estados Unidos de espionaje, robo y acceso a propiedades del Gobierno, viaja en secreto, paseando la bandera de la libertad por lugares tan paradójicos como China, Rusia o Ecuador, donde se persigue a los periodistas críticos con el poder.Una de las funciones esenciales de los medios de comunicación es ejercer un efectivo contrapoder, que vigile y denuncie los abusos de quienes se aprovechan del sistema para vulnerar derechos fundamentales. Las escuchas indiscriminadas que se han denunciado merecen un amplio debate en una sociedad abierta para establecer los límites de los servicios de inteligencia en su trabajo a favor de la seguridad de todos.El equilibrio entre libertad, denuncia y seguridad siempre es frágil. Hay varios derechos que entran en juego y que a menudo chocan entre sí. Lo que no parece serio es que en este lamentable espectáculo de delitos, fugas y persecuciones, Snowden busque amparo frente a la justicia de las democracias en países que cercenan sistemáticamente los derechos fundamentales. Por si faltaba algún ingrediente a la trama, ha aparecido en escena Baltasar Garzón. Es discutible que la causa perseguida sea buena, pero es que esta vez ni siquiera lo parece.