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Críticas de los estrenos de cine del 5 de abril

Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín y Juan Orellana comentan “For Greater Glory (Cristiada)”, “Bárbara”, “Efectos secundarios”, “Tesis sobre un homicidio”, “Un amor entre dos mundos” y “Posesión infernal (Evil Dead)”.

Cristiada

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Tiempo de lectura: 9'Actualizado 27 may 2017

For Greater Glory (Cristiada) (For Greater Glory: The True Story of Cristiada) **** (7,5). Director: Dean Wright. Intérpretes: Andy García, Eva Longoria, Mauricio Kuri, Peter O’Toole, Santiago Cabrera, Óscar Isaac, Raúl Adalid, Rubén Blades, Catalina Sandino Moreno, Eduardo Verástegui, Karyme Lozano, Bruce Greenwood. Guion: Michael Love. México. 2012. Drama bélico. 145 min. Jóvenes.

Ha llegado por fin a nuestras pantallas la esperada “Cristiada”, que se ha estrenado con el título de “For Greater Glory”, traducible como “Para mayor gloria”. Se trata de una impresionante y conmovedora recreación de la Guerra Cristera mexicana y, en concreto, del martirio del niño de catorce años José Sánchez del Río. Temas difíciles, tratados con exquisitez y acierto, que convierten a esta película en una de esas cintas imprescindibles para la historiografía fílmica de la Iglesia.

Capital mexicano se pone al servicio de esta superproducción rodada en inglés, con la que debuta como director el estadounidense Dean Wright, nominado al Oscar 2006 a los mejores efectos visuales por “Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario”, y anteriormente conocido por sus trabajos en “Titanic” y en la saga de “El Señor de los Anillos”. Tras reunir varios guiones sobre la Cristiada o Guerra Cristera, el productor mexicano Pablo José Barroso contrató al guionista hollywoodiense Michael Love (“Gaby, una historia verdadera”, “Extraños caminos”, “La Leyenda del Tesoro”) para que unificase las historias, y afrontar así una producción de unos 12 millones de dólares en torno a las luces y sombras de aquellos sucesos, que llenaron de sangre las páginas de la historia de México y de la Iglesia católica en los años veinte del siglo pasado.

La película abarca desde el 14 de junio de 1926, con la promulgación de la ley anticatólica del presidente revolucionario Plutarco Elías Calles, hasta el acuerdo de 1929 entre México y Roma, propiciado por Estados Unidos, y que acabó con la primera y principal revuelta cristera. La llamada Ley Calles supuso de hecho el asesinato público de sacerdotes y laicos católicos, la destrucción de iglesias y la persecución a muerte de cualquier síntoma de religiosidad. Gran parte del pueblo creyente, y algunos sacerdotes, decidieron parar esa barbarie a toda costa, y acabaron empuñando las armas contra el Gobierno, principalmente en los Estados de Guanajuato, Colima, Querétaro, Michoacán y Jalisco. Comenzó así la Guerra Cristera, que dejó 70.000 muertos en ambos bandos y provocó el desplazamiento de unas 200.000 personas.

En el filme están nítidamente dibujadas las principales fisonomías que se pueden encontrar en una disyuntiva histórica como la Guerra Cristera: el mártir, el apóstata, el converso, el cura guerrillero, el cristófobo, el vengativo… Y la película deja muy claro que la posición del mártir es la más fiel a la vocación cristiana. Además, los personajes que encarnan cada una de esas opciones tienen un desarrollo dramático complejo, propio de un buen guion.

En la película hay tres mártires que sin duda son el punto más luminoso de toda la enorme galería de personajes: el niño José Sánchez del Río —muy bien interpretado por Mauricio Kuri—, su maestro el Padre Christopher —encarnado por un breve pero conmovedor Peter O’Toole—, y Anacleto González Flores, un abogado pacifista al que da vida Eduardo Verástegui. Aunque en los tres tiene luz propia la fuerza de su fe, es el caso del niño José el más impactante por su evolución, su radicalidad y también su dureza. José tiene muchas oportunidades de salvar la vida: sólo tiene que negar a Cristo. Pero ni la tortura ni el dolor de sus padres podrán disuadirle de gritar “¡Viva Cristo Rey!” hasta el momento final. Las tres muertes están rodadas con un cierto hiperrealismo, no morboso ni gore, pero su resultado es muy verista y estremecedor. De ellos, es el Padre Christopher el que deja más claro su rechazo de la violencia en nombre del Evangelio. José Sánchez del Río y Anacleto González Flores —denominado “el Gandhi mexicano”— fueron declarados beatos en 2005 por Benedicto XVI. Tres años antes, en 2002, Juan Pablo II había canonizado al sacerdote Cristóbal Magallanes y a otros mártires cristeros, sacerdotes y laicos, incluido el Padre José María Robles, que en la película interpretaba brevemente Raúl Adalid.

Otro personaje interesante es Enrique Gorostieta, un militar descreído que acepta liderar las tropas cristeras por dinero y ambición de poder. Pero los testimonios que descubre a su alrededor, y especialmente el del niño José, van a ir cambiando su corazón hacia el encuentro con la fe. Andy García interpreta brillantemente a este general, que sobre el papel podía resultar antipático al público, y que el actor de origen cubano hace atractivo desde el primer instante. Tanto Gorostieta como el combativo Padre Vega —encarnado por el venezolano Santiago Cabrera— representan la contradicción entre violencia y cristianismo. Ellos discuten sobre el asunto, y son conscientes de que sus decisiones necesitan del perdón de Dios. Hacen un camino de cierto arrepentimiento que les lleva hacia la confesión.

Esta cinta es muy coral, y ofrece un abanico de personajes llenos de matices: sacerdotes, niños, mujeres, bandoleros, verdugos..., algunos encarnados por formidables intérpretes como Eva Longoria, Catalina Sandino Moreno, Óscar Isaac, Bruce Greenwood o el cantante panameño Rubén Blades, como el Presidente Calles. Elogio especial merecen el fluido montaje de Richard Francis-Bruce (“Cadena perpetua”, “Seven”, “Oblivion”) y Mike Jackson (“Bangkok Dangerous”), la agobiante fotografía de Eduardo Martínez Solares (“Malos hábitos”), el esmerado diseño de producción de Salvador Parra (“Antes que anochezca”, “Volver”) y, sobre todo, la vibrante partitura de James Horner (“Braveheart”, “Titanic”, “Avatar”) , similar a la que compuso en 1989 para Tiempos de gloria. J. O. (“Alfa y Omega”) / J. J. M.


Bárbara (Barbara) *** (7). Director: Christian Petzold. Intérpretes: Nina Hoss, Ronald Zehrfeld, Rainer Bock, Christina Hecke. Guion: Christian Petzold, con la colaboración de Harun Farocki. Alemania. 2012. Drama. 105 min. Jóvenes-adultos.

Este premiado filme alemán sigue los pasos de la revisión histórica del comunismo del este europeo, y que tantos títulos interesantes nos ha dado en los últimos años: “La vida de los otros”, “Katyn”, “Popieluszko”, “Good Bye, Lenin!”, “R.A.F. Facción del Ejército Rojo”, “Si no nosotros, ¿quién?”, “Cómo celebré el fin del mundo”... Si algunos de esos títulos optaban por una clara exposición política crítica, como “La vida de los otros”, “Bárbara” se centra en la perspectiva íntima y singular de una mujer de la Alemania del Este en los años setenta del siglo pasado, cuyo sueño es huir a Occidente. El marco político es un fondo nebuloso, casi como una atmósfera psicológica, tangible sólo en el lúgubre y siniestro oficial de la Stasi, Klaus Schütz (Rainer Bock). Bárbara (Nina Hoss) es una médico represaliada y enviada a un hospital de provincias bajo un férreo control de su vida y movimientos. Su jefe es un médico afable, André (Ronald Zehrfeld), del que Bárbara empieza a sospechar que comulga con su odio al régimen comunista.

El director y guionista Christian Petzold (“Yella”, “Jerichow”) —ganador del Oso de Plata en Berlín 2012 por esta película— se centra deliberadamente en el mundo interior de Bárbara —interpretada magistralmente por Nina Hoss—, que nos contagia miedo, recelo, odio enquistado, heridas morales... Bárbara nos recuerda al típico perro apaleado que vive sobresaltado y huyendo. Bárbara se ha acostumbrado a sobrevivir impidiendo que su rostro exprese cualquier tipo de sentimiento que pueda desvelar sus pensamientos. Por ello el cineasta ha desnudado el filme de banda sonora original —excepto al comienzo—, y ha convertido la sobriedad de Bárbara en el estilo de la película. J. O.

Efectos secundarios (Side Effects) *** (6,5). Director: Steven Soderbergh. Intérpretes: Channing Tatum, Rooney Mara, Jude Law, Catherine Zeta-Jones, Vinessa Shaw. Guion: Scott Z. Burns. EE.UU. 2013. Thriller. 106 min. Adultos.

Emily (Rooney Mara) y Martin (Channing Tatum) son una próspera pareja neoyorquina cuyo mundo se desmorona cuando Emily intenta suicidarse. Incapaz de superar su depresión, Emily acepta seguir una nueva medicación para la ansiedad, que le receta su nuevo psiquiatra, el Dr. Jonathan Banks (Jude Law), de acuerdo con la Dr. Victoria Siebel (Catherine Zeta-Jones), la antigua psicóloga de Emily. Pero el fármaco comienza a tener inesperados efectos secundarios, que amenazan con destruir las vidas de todos los implicados…

Después de la chapucera “Indomable” y la insufrible “Magic Mike”, el prolífico e irregular cineasta estadounidense Steven Soderbergh (“Erin Brockovich”, “Traffic”, “Ocean’s Eleven”) recupera el pulso en “Efectos secundarios”, thriller intenso y lleno de sorpresas, centrado en el mundo de la psicofarmacología y la depresión. Aunque fuerza demasiado alguno de sus giros narrativos, el sólido guion de Scott Z. Burns despliega la intriga con creciente progresión dramática, llevando al espectador de la denuncia de las malas praxis psiquiátricas y la corrupción de la industria farmacéutica a una turbia historia de venganza, pasando por un melodrama conyugal puro y duro. Su tono es descarnado, hiperrealista y puntualmente muy violento, pero sólo resulta desagradable en una concesión lésbica demasiado explícita y morbosa.

Motivados por la calidad del guion, los excelentes actores que componen el reparto confirman sus cualidades dotando de veracidad y hondura a unos personajes representativos de las diversas patologías morales que padecen hoy día abundantes hombres y mujeres, dominados por la codicia y la falta de escrúpulos. Por su parte, Soderbergh logra una puesta en escena fluida y clara, mucho más naturalista que otras veces. Queda así una notable película de intriga, con numerosos ecos del cine de Hitchcock, a la que sólo cabe reprochar sus citadas sordideces y artificiosidades. J. J. M.

Tesis sobre un homicidio ** (5,5). Director: Hernán Goldfrid. Intérpretes: Ricardo Darín, Alberto Ammann, Calu Rivero, Arturo Puig. Guion: Patricio Vega, basado en la novela de Diego Paszkowsky. España-Argentina. 2013. Thriller. 106 min. Adultos.

El prestigioso profesor de Derecho Penal Roberto Bermúdez (Ricardo Darín) ve alterada su solitaria y hedonista existencia cuando se convence de que Gonzalo (Alberto Ammann), uno de los mejores alumnos de su postgrado, ha sido el autor del brutal asesinato con violación de una chica, acaecido justo frente a la Facultad de Derecho. Decidido a revelar la verdad sobre el crimen, Roberto emprende una obsesiva investigación, en la que involucra a Laura (Calu Rivero), la bella hermana de la chica asesinada.

No comienza mal este thriller del argentino Hernán Goldfrid (“Música en espera”), que adapta la novela homónima de Diego Paszowsky. Con “La soga”, de Alfred Hitchcock, y “La huella”, de Joseph L. Mankiewicz, como principales puntos de referencia, el guion de Patricio Vega hilvana numerosos homenajes al género y plantea una intriga sugerente, que capta inicialmente la atención del espectador. Pero, poco a poco, los homenajes se tornan plagios, las reflexiones sobre la justicia y la ley pierden hondura, la sólida interpretación de Ricardo Darín se distancia demasiado de las sólo correctas de Alberto Ammann y Calu Rivero, y la coherencia de las situaciones se va deteriorando hasta un desenlace supuestamente abierto, pero, en realidad, abrupto y chapucero. Además, conforme va perdiendo las riendas de la historia, Goldfrid endurece su tono, recurriendo incluso a un par de artificiosas concesiones sexuales, presentadas con un cargante tono onírico, muy alejado del hiperrealismo dominante en el resto del filme. J. J. M.




Un amor entre dos mundos (Upside Down) ** (5,5). Director: Juan Diego Solanas. Intérpretes: Jim Sturgess, Kirsten Dunst, Jayne Heitmeyer, John Maclaren, Holly O’Brien. Guion: Juan Diego Solanas y Santiago Amigorena. Canadá y Francia. 2102. Ciencia-ficción. 100 min. Jóvenes.

La ciencia ficción parece conocer una nueva edad dorada, en proliferación, que no necesariamente en calidad. En este caso, se agradece al argentino Juan Diego Solanas que no haya hecho la típica adaptación de best-seller, y que haya afrontado un guion original propio. Este director, que conocimos en España por la interesante “Nordeste”, da el paso al cine de estrellas internacionales de la mano de una producción canadiense protagonizada por Jim Sturgess, Kirsten Dunst y Timothy Spall.

El planteamiento es muy elemental. Un planeta tiene otro planeta gemelo invertido, justo encima, boca abajo, con su propia ley de la gravedad. El mundo de arriba es poderoso, próspero, y vive de explotar al mundo de abajo, empobrecido y ruinoso. Entre ambos mundos está prohibido contacto alguno, excepto el que promueve la empresa explotadora Transworld. Adam (Jim Sturgess) es un joven del mundo de abajo, que desde niño está enamorado de Eden (Kirsten Dunst), una chica del mundo de arriba. Adam ya casi la ha dado por muerta, hasta que un día la ve por la televisión oficial de Transworld, y decide emprender su búsqueda, aunque sabe que no hay nada más prohibido por la ley.

La trama romántica es como una versión sci-fi de “Titanic”. Chico pobre que viaja en tercera, se enamora de chica bien que viaja en primera. Un amor prohibido entre clases sociales que se repelen, pero que está llamado a desafiar las convenciones inamovibles de la sociedad. Aquí se añade una mala conciencia globalizada del primer mundo, que explota los recursos del tercero. Y, puestos a descubrir oportunismos, se puede ver una crítica a la industria farmacéutica, al poder de las grandes corporaciones y al totalitarismo de las ideologías dominantes.

Solanas ha echado toda la carne en el asador del aspecto visual digital, conseguido y sugerente. Sin embargo, los presupuestos físicos y cosmológicos de la película son inconsistentes. Además, el guion no se preocupa demasiado de cuidar la coherencia y verosimilitud de las situaciones, ni la construcción de personajes, ni el desarrollo de la trama central romántica, que queda bastante esquemática... J. O.


Posesión infernal: Evil Dead (Evil Dead) * (3,5). Director: Fede Álvarez. Intrérpretes: Shiloh Fernandez, Jane Levy, Jessica Lucas, Lou Taylor Pucci, Elizabeth Blackmore. Guion: Sam Raimi, Diablo Cody y Rodo Sayagues; basado en el guion de Sam Raimi para la película “Posesión infernal” (1981). EE.UU. 2013. Terror. 91 min. Adultos.

Mia (Jane Levy) es una chica vulnerable que, tras una nueva sobredosis, intenta dejar las drogas de una vez por todas. Para ello, se refugia en una solitaria cabaña, perdida en un bosque, en compañía de su hermano David (Shiloh Fernandez), la novia de éste, Natalie (Elizabeth Blackmore), y otros dos amigos de la infancia: Olivia (Jessica Lucas) y Eric (Lou Taylor Pucci). Este último descubre en la mugrienta construcción un misterioso ejemplar de El libro de los muertos, a través del que despierta accidentalmente a una espeluznante fuerza demoníaca, cuyo objetivo es poseer y matar a los cinco jóvenes.

Tras dirigir cuatro cortos muy premiados —“Los pocillos”, “El último Alevare”, “El cojonudo” y “¡Ataque de pánico!”—, el joven cineasta uruguayo Fede Álvarez debuta en el largometraje con esta nueva versión de la famosa película de terror con la que debutó Sam Raimi en 1981. Rodado en Hollywood y en inglés, este remake partía de un guion del propio Raimi, Rodo Sayagues —colaborador habitual del director— y Diablo Cody (“Juno”, “Young Adult”), que hacía prever algún golpe de humor divertido o alguna incisiva crítica social. Nada de nada. La película es una mala copia del original, está más llena todavía de violentas escenas gore —con sangre y vísceras por todos lados—, carece de ritmo y chispa, repite los tópicos de siempre y no dice nada interesante sobre ninguno de los personajes, que nunca abandonan su condición de monigotes. El humor irrumpe en la recta final, pero fuera de tono y lugar, cuando la acumulación de brutalidades y desmembramientos llega a un nivel tan demencial que provoca en el espectador risas no pretendidas. J. J. M.



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