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Llegan las películas de los Oscar

Críticas de los estrenos de cine del 25 de enero

Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín y Juan Orellana comentan “El vuelo”, “El lado bueno de las cosas”, “Bestias del Sur salvaje”, “El cuarteto”, “Coriolanus”, “Il villaggio di cartone”, “La banda Picasso”, “Proyecto Nim”, “Movie 43” y “El cazador”.

El vuelo

El vuelo

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Tiempo de lectura: 13'Actualizado 26 may 2017

El vuelo (Flight) *** (6,5). Tras sus irregulares experimentos en animación por captura de movimiento —”Polar Express”, “Beowulf” y “Cuento de Navidad”—, el veterano Robert Zemeckis retorna a la acción real y se sumerge en la compleja personalidad del alcohólico capitán Whitaker (Denzel Washington), un piloto de aviación civil que es investigado después de que su avión se estrellara, causando seis víctimas mortales. Inicialmente, se le considera un héroe, pues logró un aterrizaje casi imposible después de que el avión sufriera graves problemas mecánicos durante una impresionante tormenta. Pero, en cuanto se inicia el consiguiente litigio judicial, descubren que, durante el vuelo, Whitaker tenía cotas altísimas de alcohol y drogas en la sangre.

Candidata a los Oscar al mejor actor (Denzel Washington) y al mejor guión original (John Gatins —”Coach Carter”, “Acero puro”—), la película comienza con una desagradable secuencia exhibicionista y mantiene un tono descarnado en su retrato de la infructuosa lucha de Whitaker contra sus adicciones, en su enriquecedora relación con la drogadicta Nicole (Kelly Reilly) y en sus encuentros con el abogado Hugh Lang (Don Cheadle) y el sindicalista Charlie Anderson (Bruce Greenwood). El resultado es notable gracias al buen hacer de todos los actores —sobre todo de Denzel Washington— y a la sólida puesta en escena de Zemeckis, brillantísima en la espeluznante secuencia del accidente aéreo. Sin embargo, la película se queda corta en sus conflictos dramáticos, sobre todo en la escueta relación de Whitaker con su ex-mujer Deana (Garcelle Beauvais) y su hijo Will (Justin Martin), y en el abrupto desenlace de la intensa subtrama de la drogadicta Nicole.

Además, las diversas apariciones cómico-surrealistas del personaje de Harling Mays (John Goodman) —el camello que suministra droga a Whitaker— rompen demasiado el clima dramático del relato y devalúan otro elemento interesante de la película: su inquietante y respetuoso tratamiento de la religión. En efecto, el descreimiento de Whitaker es puesto a prueba por el convencimiento de varios personajes de que su aterrizaje fue verdaderamente milagroso, un auténtico “Act of God”, en el que Dios intervino clamorosamente, también para ofrecer a Whitaker una oportunidad de redención. Este enfoque enriquece el desarrollo de las subtramas, por ejemplo, en la excelente secuencia en la escalera de un hospital, cuando Whitaker conoce a Nicole en presencia de un joven enfermo de cáncer. Además, sostiene el vibrante desenlace, muy capriano, que rompe definitivamente la progresión trágica de la historia con un sugerente giro final de bella fábula moral, mucho más cercano al tono de los mejores filmes de Zemeckis, como “Náufrago” o “Forrest Gump”. Sin embargo, por los defectos señalados, el veterano director de la trilogía de “Regreso al futuro” no acaba de redondear la jugada. Una pena. J. J. M.





El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook) *** (6,5). El director David O. Russell sorprendió en 2010 con “The Fighter”, que obtuvo dos Oscar y varias nominaciones. Ahora, escribe y dirige esta obra menor —aunque más nominada—, basada en una novela de Matthew Quick, cuyo título original —”Silver Linings Playbook”— alude a la frase de John Milton “Cada nube tiene un revestimiento plateado”, equivalente al refrán español “No hay mal que por bien no venga”. Relata la historia del desequilibrado Pat Solitano (Bradley Cooper), que retorna a casa de sus padres (Robert de Niro y Jacki Weaver) tras pasar un tiempo en una institución mental, en la que ingresó después de descubrir “in fraganti” el adulterio de su mujer. A su regreso, su obsesión es reconciliarse con su esposa, pero pesa sobre él una orden de alejamiento por violento. En ésas, conoce a otra desequilibrada, Tiffany (Jennifer Lawrence), una chica viuda con problemas de ninfomanía.

A partir de aquí se teje una trama de drama romántico, que no acaba de ser redonda a pesar de su final capriano. El desarrollo tiene problemas de ritmo, Bradley Cooper no acaba de convencer, y no es fácil empatizar con su personaje. Sin duda, lo mejor es la interpretación de Jennifer Lawrence, ganadora del Globo de Oro por este trabajo. La película es entretenida en su conjunto, y tiene algún momento brillante, pero no deja de ser una cinta de segunda división, que hace inexplicables sus ocho nominaciones a los Oscar, incluidas las más importantes. Por otra parte, no parece muy buena solución perdonar un adulterio perpetrando otro. J. O.




Bestias del sur salvaje (Beasts of the Southern Wild) *** (7). La intrépida e imaginativa Hushpuppy (Quvenzhané Wallis), de seis años, vive en La Bañera, una paupérrima comunidad, perdida y orgullosa, instalada en una zona pantanosa entre los meandros del río Mississippi, a la que un inmenso dique separa del resto del mundo. Hace tiempo que la madre de Hushpuppy se fue, y su adorado y alocado padre, Wink (Dwight Henry), está siempre de juerga. Así que la niña debe aprender a sobrevivir en medio de la nada, rodeada de tipos singulares y animales semisalvajes. Ella percibe la naturaleza como una frágil red poblada de cosas que viven, respiran y expelen agua, y piensa que el universo depende de que todo encaje a la perfección. Su papá enferma de pronto cuando una tormenta eleva las aguas que rodean su pueblo, y Hushpuppy descubre entonces que el orden natural que tanto ama está a punto de derrumbarse. En su rica imaginación, estos acontecimientos están conectados con el deshielo de los icebergs, que libera a unas bestias arcaicas, jabalíes gigantes y con cuernos, a los que llama Uros. En un intento desesperado por reparar la estructura del mundo, y así salvar a su padre y a su hogar, esta diminuta heroína se enfrenta de cara a una catástrofe imparable de proporciones épicas.

Este primer largometraje del neoyorquino Benh Zeitlin —autor del galardonado corto “Gloria en el mar”— ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance y la Cámara de Oro y los premios Fipresci, de la Juventud y del Jurado Ecuménico en Cannes. Ahora opta nada menos que a cuatro Oscar importantes: mejor película, director, actriz (Quvenzhané Wallis) y guión adaptado (Lucy Alibar y Benh Zeitlin). Se trata de la adaptación de la obra teatral “Jugoso y delicioso”, de Lucy Alibar, que desarrolla una singular mitología sureña, con ecos de los mejores autores de la Generación Perdida, aunque nunca pierde una fuerte personalidad narrativa, entre naturalista y onírica. Cuesta un poco asumir el tono marginal y apocalíptico de esta fábula, que parece rozar la trascendencia, aunque seguramente se queda a sus puertas. En todo caso, resultan fascinantes su poderosa resolución visual —que aplica el realismo mágico a los impactantes paisajes de Louisiana donde ha sido rodada—, su evocadora banda sonora —a cargo de Dan Romer y el propio Benh Zeitlin— y, sobre todo, la cautivadora interpretación de la niña Quvenzhané Wallis, que llena de veracidad sus singulares peripecias. Ciertamente, no es una película para todos los paladares; pero funciona como fabula moral, y aporta, sin duda, una mirada distinta al cine contemporáneo. J. J. M.





El cuarteto (Quartet) *** (7). La Casa Beecham es una lujosa residencia para músicos retirados, situada en la campiña inglesa. Sus inquilinos andan inquietos, pues circula el rumor de que pronto vendrá un huésped nuevo y famoso. Para el pulcro Reginald Paget (Tom Courtenay), el gamberro Wilfred Bond (Billy Connolly) y la ingenua y algo desequilibrada Cecily Robson (Pauline Collins), es sólo un cotilleo más. Hasta que, de repente, ven entrar por la puerta a su ex compañera de cuarteto, la diva Jena Horton (Maggie Smith), y se quedan en estado de shock. La vertiginosa carrera de Jena como solista de ópera, con el ego correspondiente que le acompañaba, acabó no sólo con una gran amistad, sino también con su matrimonio con Reggie, el cual se toma muy mal su llegada. ¿Podrá el famoso cuarteto solventar sus diferencias y aportar su enorme talento a la gala para recaudar fondos que celebrarán en la Casa Beecham con motivo del aniversario del nacimiento de Giusseppe Verdi?

El septuagenario actor californiano Dustin Hoffman debuta brillantemente como director con esta entrañable adaptación de la obra teatral del sudafricano Ronald Harwood, en la que ha reunido a un antológico elenco de actores veteranos y algún que otro músico de reconocido prestigio. Todo ello, para dotar de alma a una historia sencilla y quizás ligera, pero que subraya con acierto y entusiasmo la necesidad de saber hacerse mayor —sobre todo si uno es artista—, sin dejar de desarrollar las propias cualidades, pero renunciando al egoísmo acumulado, arrepintiéndose de las heridas causadas con los propios defectos, perdonando las ofensas recibidas y, en su caso, recuperando la capacidad de amar y ser amado.

Hoffman desarrolla ese positivo mensaje a través de una fresca puesta en escena —bastante sólida en su constante salto de la comedia al drama—, de una bella selección de música clásica y, sobre todo, de una modélica dirección de actores, con la que saca brillos a las sugerentes situaciones que plantea el guión y a los chispeantes diálogos con que las resuelve. Sólo rompen el tono amable del filme las groseras salidas de tono del personaje interpretado por Billy Connolly, un viejo verde que nunca renuncia a su rastrera visión hedonista de la vida. Es el único defecto importante en una película notable, grata y muy emotiva, sobre todo en su vibrante desenlace. J. J. M.




Coriolanus *** (7). Las adaptaciones de Shakespeare al cine son ya casi un subgénero. Y dentro de él son diversas las películas que han hecho una transposición epocal actualizando la obra shakesperiana, y situándola en la historia contemporánea, como hizo en 1995 Richard Loncraine con “Ricardo III”. Otros, como Kurosawa con “Ran”, trasplantaban la obra teatral al Japón medieval. En otros casos se ha combinado con difícil equilibrio la fidelidad teatral con las vicisitudes contemporáneas, como “Looking for Richard” (Al Pacino, 1996) o la reciente “César debe morir” (Hermanos Taviani, 2012). “Coriolanus” mantiene la fidelidad a este texto menor de Shakespeare, y cambia únicamente el tiempo histórico. Roma es Roma, los volscos son los volscos y el Senado es el Senado, pero la dirección artística es contemporánea: tanques hacen las veces de caballos, el foro público es un plató de televisión y las ametralladoras hacen el papel del gladius. Al frente de este singular experimento está Ralph Fiennes, como director y como protagonista.

El texto de Shakespeare se basa en la vida de Coriolano que narra Plutarco en su “Vidas paralelas”, y cuenta la historia de este general romano, que en 493 a. C. conquistó la ciudad volsca de Corioli. A causa de su carácter tiránico y por haber prohibido la distribución de trigo a la plebe, fue expulsado de Roma. Se alió con su enemigo, el General en jefe de los volscos, Aufidius (Gerard Butler), y se volvió contra Roma. Se detuvo con sus tropas a las puertas de la ciudad, conminado por su propia madre, Veturia (una inconmensurable Vanessa Redgrave), y por su mujer Volumnia (Jessica Chastain), quienes le convencieron para que firmara la paz. Por esta razón, los volscos lo consideraron un traidor, y lo asesinaron.

La película es, sin duda, muy interesante, aunque la fórmula extemporánea no acaba de ser del todo convincente, pues los usos y costumbres reflejados en el texto shakesperiano no encajan del todo con lo que intangiblemente transmite una estética urbana contemporánea. Una puesta en escena perfecta para contar la guerra de los Balcanes no siempre es compatible con la solemne dramatización de un conflicto de hace 2.500 años. Por otra parte, Ralph Fiennes tiende a sobreactuar la brutalidad del Coriolano, que contrasta en exceso con la sobriedad menos teatral de su antagonista Gerard Butler. No obstante, la lucidez de la obra de Shakespeare a la hora de diseccionar la ambición humana, la filiación, la venganza y el perdón es suficiente para sostener la película en pie en sus momentos de mayor debilidad. La cinta tiene algunos momentos memorables, como la escena de Veturia pidiendo clemencia, que puede engrosar la lista de las mejores adaptaciones shakesperianas del cine. J. O.





Il villaggio di cartone *** (7). El veterano cineasta italiano Ermanno Olmi, que ya había anunciado su retirada del cine con “Cien clavos”, no ha podido resistir la tentación de volver a dirigir, y ha estrenado “Il villaggio di cartone”, protagonizada por dos grandes de la interpretación: Michael Lonsdale (“De dioses y hombres”) y Rutger Hauer (“Blade Runner”, “La leyenda del santo bebedor”, “El molino y la cruz”). La cinta es minimalista y cuenta la historia de un anciano párroco que desmantela su templo, no sólo por su jubilación, sino porque ya nadie acude a la iglesia. Está deprimido y con dudas de fe, cuando llegan al templo buscando refugio un grupo de subsaharianos clandestinos. El párroco les acoge, cierto de que no importa si la fe es débil cuando aún queda la caridad.

Esta película es la caja de resonancia de dos diferentes crisis: la crisis de la Iglesia y la crisis personal de Olmi. Respecto a la primera, la película testimonia en su tramo inicial el avance de una sociedad laicista que ha ido vaciando muchos templos en las últimas décadas. El sacerdote (Michael Lonsdale) recuerda con nostalgia los tiempos en que jóvenes y viejos celebraban los distintos momentos del año y de la vida en el seno de la parroquia. Pero esa deserción del pueblo viene acompañada de la falta de propuesta y de fe de la propia Iglesia: el párroco está cansado, vive de la rutina, su fe es escasa. Por ello le dice a una imagen de Cristo crucificado: “Así de cerca casi no te reconozco; busco tus ojos, pero me miras desde un tiempo lejano”. La pérdida de la contemporaneidad con Cristo es la razón de la melancolía depresiva que padece el párroco. Si este personaje se asemeja a un Don Quijote desencantado, Sancho Panza sería el sacristán (Rutger Hauer), un hombre pragmático y de corazón mezquino, que representa a la que podríamos llamar iglesia funcionarial: un hombre que ya solo gestiona los asuntos de la Iglesia sin fe, ni esperanza, ni caridad.

A esta crisis se añade la personal de Ermanno Olmi, un creyente sincero que desde hace años vive como problemática la dimensión carnal, histórica de la Iglesia. Le parece que la Iglesia se ha esclerotizado, que su vida se ha cristalizado en normas y preceptos que, piensa él, reducen el Evangelio. Por eso, en algunos diálogos, como el referido al celibato, deja entrever una solapada posición crítica. Sin embargo, el afecto a Cristo que siempre ha declarado públicamente Olmi, también se trasluce en el filme, en las oraciones y monólogos del párroco.

Frente a este inquietante panorama, Olmi propone la caridad como camino: “Cuando la caridad es un riesgo, es el momento de la caridad”, afirma con convicción el anciano presbítero. Su acogida de los inmigrantes en el otrora espacio sagrado del templo es una metáfora del establo de Belén. Por eso el párroco canta el “Adeste Fideles”: su hospitalidad con el diferente, con el paria, el que no tiene nada… hace que el templo profanado vuelva a ser un lugar habitado por Dios. Olmi dibuja en los africanos una religiosidad mucho más pura e inmediata, una fe en Dios natural y profunda, frente a la duda vieja del europeo descreído que encarna el párroco. Ese cambio radical, epocal, se expresa con la frase que aparece en la pantalla como testamento final del director: “O cambiamos nosotros el curso de la historia o la historia nos cambiará a nosotros”.

La película es muy lenta, contemplativa, minimalista, con una unidad radical de espacio y tiempo, pero cargada de metáforas religiosas. En ese sentido, algunos encuadres recuerdan a Dreyer. J. O.




La banda Picasso *** (6,5). París, 1911. “La Gioconda” desaparece del Louvre, y Pablo Picasso (Ignacio Mateos) y Guillaume Apollinaire (Pierre Bénézit) son detenidos y acusados de cometer el delito. Una carta anónima les relaciona con el asunto por la amistad de ambos con un joven atlético y buscavidas, apodado El Barón (Alexis Michalik). Cuatro años antes, al enterarse de la fascinación de Picasso por unas esculturas ibéricas, El Barón decidió robarlas del Louvre y vendérselas al pintor malagueño a un precio ridículo. Aquellas estatuas fueron la inspiración del primer cuadro cubista de Picasso, “Las señoritas de Avignon”, que inspiró a su vez las primeras obras cubistas del francés George Braque (Stanley Weber). Picasso es español, Apollinaire es polaco, El Barón es belga... Así que la prensa habla de una banda internacional llegada a Francia para desvalijar sus museos.

Parcialmente basada en hechos reales, rodada en francés y con un prólogo y un epílogo en blanco y negro, “La banda Picasso” es la mejor película en muchos años del veterano cineasta madrileño Fernando Colomo (“Tigres de papel”, “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?”, “La línea del cielo”, “Alegre, ma non troppo”, “Los años bárbaros”, “Al sur de Granada”), que firma también el guión. Precisamente el guión es quizás lo menos redondo de la película, quizás porque abarca demasiadas subtramas y aprieta poco en algunos interesantes personajes secundarios, como los pintores Manolo Hugué (Jordi Vilches) y Marie Laurencin (Louise Monot), y especialmente el escritor y pintor judío Max Jacob (Lionel Abelanski), al que Colomo dedica, sin embargo, la última secuencia del filme, centrada en su conversión al catolicismo.

En cualquier caso, el guión mezcla con agilidad la comedia y el drama, todas las interpretaciones son bastante buenas, la producción es generosa y el tono es elegante, sin los gruesos brochazos de mal gusto de otras películas de Colomo. Además, tienen entidad sus cultas e incisivas reflexiones sobre la creación artística, la amistad y el amor, así como sus sutiles críticas a Picasso por sacrificar una buena parte de sus relaciones humanas en aras de su arte y de su fama. La película es candidata a los Goya a la mejor canción —”L’as tu vue” (“¿La has visto?”), con música de Juan Bardem y letra de Alfonso Albacete— y al mejor vestuario (Vicente Ruiz). J. J. M.




Proyecto Nim (Project Nim) *** (6,5). En 1973, Herbert Terrace, profesor de la Universidad de Columbia, en Nueva York, inició un singular proyecto científico. Entregó a una familia numerosa un jovencísimo chimpancé, llamado Nim, y les pidió que, bajo su supervisión, lo criaran como si fuera un ser humano, e intentaran enseñarle un lenguaje de signos. Al principio, el experimento pareció dar unos resultados espectaculares, pues Nim comenzó a comunicarse de algún modo con los humanos. Pero, poco a poco, las cosas se complicaron, y el chimpancé fue cambiando de cuidadores, y yendo de casa en casa, de ciudad en ciudad.

Después de dirigir las ficciones “The King” y “Shadow Dancer”, y ganar en 2008 el Oscar al mejor documental con la singular “Man on Wire”, el inglés James Marsh ha recibido diversos galardones por “Proyecto Nim”, nuevo documental en el que hilvana con agilidad y progresión dramática jugosas entrevistas con los implicados en el experimento, valiosas fotos y filmaciones de la época, y sugerentes recreaciones de algún momento especialmente relevante. El conjunto es interesante, aunque ofrece una visión demasiado permisiva de las drogas, el sexo y el amor, y un tanto superficial de los supuestos “derechos de los animales”, del ecologismo y de la filosofía hippie. De todas formas, la película es también honesta al subrayar con nitidez la naturaleza animal, salvaje e instintiva de Nim, lo que la acerca para bien a “Grizzly Man”, el sensacional documental del alemán Werner Herzog, en torno a la trágica historia del especialista en osos estadounidense Timothy Treadwell. J. J. M.



Movie 43 * (1). Producida por Peter Farrelly (“Carta blanca”, “Amor ciego”) y Charles Wessler (“Algo pasa con Mary”, “Dos tontos muy tontos”), esta infumable comedia gamberra hilvana sus doce episodios —a cargo de otros tantos directores— con la búsqueda de la prohibida película “Movie 43” por los rincones más sórdidos de Internet. Resulta patético que decenas de excelentes actores —Emma Stone, Gerard Butler, Hugh Jackman, Elizabeth Banks, Chloë Grace Moretz, Anna Faris, Naomi Watts, Kate Winslet, Uma Thurman, Halle Berry, Richard Gere, Liev Schreiber…— se pongan al servicio de esta irritante colección de obscenidades, irreverencias y gruesas bromas escatológicas, todas ellas marcadas por un patológico hedonismo. Para olvidar. J. J. M.


El cazador (The Hunter) — Irán, en la actualidad. Hace poco que Ali (Rafi Pitts) salió de la cárcel; por eso está intentando aprovechar al máximo su regreso y pasar el mayor tiempo posible con su esposa Sara (Mitra Hajjar) y su pequeña hija, a pesar de trabajar por la noche. También busca tiempo para escapar del estrés de la vida urbana y practicar la caza, su pasatiempo favorito, en un bosque al norte de la ciudad. Pero todo empieza a desmoronarse cuando Sara es accidentalmente asesinada durante un tiroteo entre la policía y unos manifestantes. Además, su hija ha desaparecido. Después de una experiencia frustrante en la comisaría de policía, decide buscarla por sí mismo; pero esta búsqueda acaba muy mal y lo empuja al borde del precipicio. Así que, a plena luz del día y observando las transitadas autopistas que rodean la ciudad, Ali, al azar, dispara y mata a dos policías. Después de una trepidante persecución en coche, Ali se esconde en el bosque, donde la situación se complica hasta un punto en que será muy difícil definir quién es el cazador y quién el cazado…

Esta es la sinopsis oficial de este thriller alemano-iraní, escrito, dirigido y protagonizado por Rafi Pitts (“Fasl-e panjom”, “Sanam”, “It’s Winter”), y cuya distribuidora no ha mostrado a la prensa española. Su tráiler es sugerente, pero la película no ha recibido buenas críticas en los países donde se ha estrenado. Algunos destacan la intensidad de su intriga y su valiente crítica al sistema judicial y policial iraní. Pero la mayoría subrayan lo deslavazado de su estructura narrativa, la pobreza de sus secuencias de acción y lo esquemáticos que resultan sus conflictos dramáticos. J. J. M.


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Con Juanma Castaño

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