Dentro del dramatismo de las horas que se viven en el polvorín del Cercano Oriente, parece que se ha impuesto un mínimo de sensatez al aplazarse el anunciado “ataque inminente” contra Siria, hasta que los inspectores de la ONU concluyan su informe sobre lo ocurrido días atrás en las afueras de Damasco. Mientras honraba la memoria de Martin Luther King, el presidente Obama afirmaba ayer que no había tomado todavía la decisión sobre el momento de la operación de castigo al régimen del dictador El Asad. Pero se ha echado de menos en el discurso de Obama una clara alusión a la famosa frase del dirigente de color muerto hace cincuenta años, para decir que él también tiene un sueño como lo tuvo King: que todo el mundo viva en paz sin imposiciones de quienes detentan la fuerza. Sin duda, Obama quiere la paz como la inmensa mayoría de los dirigentes del mundo. Pero lo menos que podía esperarse de un presidente que fue premiado con el Nóbel de la Paz apenas pisó la Casa Blanca, es un mínimo de templanza y prudencia antes de lanzarse a una aventura bélica sin esperar al aval de la ONU. Eso fue lo que ocurrió cuando George Bush decidió invadir a Irak antes de que la organización internacional pudiera realizar un informe sobre los supuestos depósitos de armas de destrucción masiva que nunca existieron. Ahora Obama trata de justificar su anunciado ataque a Siria con el pretexto de impedir que las armas químicas que posee El Asad caigan en manos de los terroristas que lo combaten y se conviertan así en una amenaza para el mundo. En todo caso, hay que registrar como un hecho positivo que, al menos, se dé tiempo a los inspectores de la ONU para concluir su informe y no dejar resquicio a la duda, antes de lanzar a ciegas el temido ataque cuyo mero anuncio ha derrumbado ya las Bolsas del mundo.