Fueron solo cinco palabras. El pasado sábado Ortega Lara participaba en un acto político de Vox. Al terminar su intervención, al  hombre que estuvo secuestrado por Bolinaga durante 500 días en un zulo inmundo le preguntaron por el fallecimiento del etarra. “Descanse en paz y punto”, contestó. Después de tanto sufrimiento el que fuera funcionario de prisiones le deseaba a su carcelero el descanso eterno. Lo que supone, ante la perspectiva de la muerte, haber perdonado. Hace falta tener una gran conciencia de lo definitivo para hacer un gesto así: para superar  la tentación del odio y para  desear el bien a quien te ha causado tanto mal. Una actitud así no se puede exigir, pero cuando aflora hay que reconocerla como un regalo para toda la sociedad. Casi al mismo tiempo que se celebraba el acto de Ortega Lara, los proetarras se reunían un acto de exaltación en memoria del fallecido y de los presos dela banda. No se arrepienten los amigos de Bolinaga de todo el dolor causado. La comparación se impone. En el caso de Ortega Lara sobresale una humanidad que transciende los propios límites y la injusticia, que da un paso hacia delante. En el caso de los etarras perdura la intoxicación ideológica que justifica la mentira y el mal, que destruye.