¿Por qué existe el mal y el sufrimiento? Alfred Hitchcock responde

Si hay Dios, ¿por qué existe el mal y el sufrimiento? Sir Alfred Hitchcock tiene la respuesta

¡Mis queridos palomiteros! Alfred Hitchcock muchas veces estuvo en la encrucijada entre el bien y el mal. Si hay Dios, ¿por qué existe el mal y el sufrimiento? Para dar respuesta a esta inquietante pregunta, hemos de distinguir claramente entre el mal “en sentido físico” y el mal “en sentido moral”.

El mal moral se distingue del físico, sobre todo, por comportar culpabilidad y por depender de la libre voluntad del hombre.

Los personajes de Hitchcock, como los protagonistas de La soga, consideran que están cumpliendo una misión salvadora, eliminando a un amigo estudiante.

De esta manera le “liberan” de una sociedad en la que, para ellos, su vida sobra. Antes de que el estudiante comparta vivencias en un mundo sólo “para inteligentes”, sus amantes se las arrebatan. No eliminarlo sería condenarle en vida a una marginalidad absoluta.

El filme La sombra de una duda, por su desarrollo, equivale a un tratado sobre la íntima naturaleza de la ambigüedad moral. Tío Charlie viene realmente a “salvarnos”. Tío Charlie infunde “una nueva energía” a la familia. Precisamente porque les revela la existencia de un aspecto de la vida que toda la familia ha ignorado hasta ahora. “La tentación de la decadencia que acecha en las vidas más dignas”.

Preguntarse en qué consiste la visión interior auténtica es un tema clásico de la moral, y Psicosis lo presenta en términos cinematográficos universales. Posteriormente, La ventana indiscreta explora esta idea y Los pájaros acabará de pulirla.

El mal moral es radicalmente contrario a la voluntad de Dios y su autor es exclusivamente el hombre. Entre otras cosas, al haber hecho mal uso de su libertad. Pero, ¿por qué tolera Dios este mal? Porque para Dios la existencia de unos seres libres es un valor más importante y fundamental que el hecho de que aquellos seres libres abusen de su propia libertad contra el propio Creador. Y que, por eso, la libertad pueda llevar al mal moral. La existencia del hombre —como señala el historiador católico, nacido en Suiza, Hans Küng— “es un acontecimiento marcado por la cruz: dolor, angustia, sufrimiento y muerte”.

Por encima de Dios

A menudo, Hitchcock pone a prueba a sus personajes. Los examina y, haciendo cábalas, nos damos cuenta de que, a veces, ellos se rebelan ante una autoridad superior.

“¿Creíste que eras Dios?”. Es la pregunta que James Stewart dirige a John Dall en La soga, tras descubrir el cuerpo en el baúl.

En el guión de Extraños en un tren no hay lugar para las especulaciones metafísicas. No digamos sobre la indiferencia divina o el vicio. Son las que preocupan a los personajes en la novela de Patricia Highsmith. El Guy de Highsmith hace un trato para intercambiar asesinatos con el psicópata Bruno. Ninguna prohibición moral se lo impide. De hecho, ya que Dios no está de servicio en su torre de vigilancia.

Guy reflexiona que él y Bruno son como iones positivos y negativos, intercambiables y mutuamente necesarios. Esta física culpable desapareció de la película. Pero en su lugar Hitchcock insertó un comentario mordaz sobre una deidad que disfruta de la absurda y deportiva batalla de la naturaleza.

Los milagros, en efecto, sólo ocurren en las películas de Alfred Hitchcock. Pero, principalmente, por inadvertencia o como resultado de la ingenuidad humana. Un libro de oraciones metido en el bolsillo de un abrigo robado detiene la bala dirigida al corazón de Robert Donat en 39 escalones. “Algunos de estos himnos”, comenta un policía, “son engorrosos de leer”.

Acto seguido, Donat huye de sus perseguidores y desaparece dentro de las filas del Ejército de Salvación. Sucede mientras se marcha por un pueblo escocés. Más interesado en salvar su vida que su alma, nunca se detiene a dar las gracias a Dios por estos pequeños regalos.

Los milagros sólo ocurren en las películas de Alfred Hitchcock

En El hombre que sabía demasiado —un título que se refiere a la sublime banalidad de los hombres, quienes de forma arrogante han alimentado su creencia en un Hacedor— la humanidad se congrega bajo la cúpula de la palestra cómica del Royal Albert Hall para ser testigo de un atentado similar. Sucede acompañado por un nutrido coro de mujeres cantantes vestidas como ángeles. Y un resonante y santificador órgano.

Tres detonaciones, más o menos sincronizadas, interrumpen abruptamente la cantata: un grito de una mujer, un estruendo de timbales y el disparo del asesino.

En la recepción de la embajada, Doris Day (Jo McKenna) rescata a su hijo secuestrado, comunicándose con él en clave por medio de un pasaje de Qué será, será.

La canción —que fue reconocida con el Óscar— insiste en que “nos está vedado el futuro”. En el tramo final de la cinta, los secuestradotes ensayan el asesinato que tendrá que producirse más tarde en el ya citado teatro Royal Albert Hall.

Brenda De Banzie (Lucy Drayton), que tiene sus dudas, dice: “Desearía que ya fuera mañana”. Bernard Miles (Edward Drayton), quien interpreta a su esposo, replica: “Ese no es un sentimiento muy ortodoxo”.

Su enigmático comentario posee un inusual significado doctrinal, puesto que lo hace mientras se ajusta un collar de clérigo y un babero negro. El disfraz habitual de Miles es el de cura preparándose para oficiar la misa vespertina.

Otro día un poquito más…

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