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El bueno, el feo y el malo, viernes 15 de diciembre de 2017

Pasado el ecuador de la campaña más delirante de las elecciones más importantes, las encuestas no terminan de despejar el bloqueo poselectoral al que parece abocada una Cataluña perfectamente polarizada, partida en dos. Ojalá me equivoque y los defensores de la convivencia, la legalidad y la Constitución puedan gobernar una región dramáticamente dividida, engañada y empobrecido por hechiceros que oscilan entre el fanatismo y la corrupción. Pero mientras llega el 21 de diciembre, el foco del escándalo político ha bajado esta semana del norte al sur, de Cataluña a Andalucía, donde ha empezado el juicio por el caso de los ERE, el gran mangazo colectivo organizado por el régimen socialista para comprar voluntades que lo perpetuaran en el poder y para repartirse paguitas a costa del contribuyente. Precisamente de ahí sale la buena de esta semana, un nombre hoy fuera de la primera línea pero sin cuyo titánico concurso habría sido imposible sentar a los jerarcas del socialismo andaluz en el banquillo.

Tiempo de lectura:2Actualizado15 mar 2023

El bueno: Mercedes Alaya…

Evidentemente, Juan Pablo. La magistrada que a lo largo de siete solitarios años se echó a las espaldas la descomunal tarea de procesar no a un presunto corrupto, o a un puñado de ellos, sino a todo un sistema: la arborescente red de clientelismo sembrado y regado con dinero público controlado a discreción por la Junta durante años de poder sin alternancia. Es verdad que Alaya escogió un criterio en exceso ambicioso, y que llevada por su celo depurador instruyó una macrocausa que habría requerido un ejército de jueces. Ella solo tenía su famoso trolley y su tesón, además del rencor y los palos en las ruedas de una Administración que trataba de torpedear los avances del sumario. Es verdad que finalmente Alaya hubo de ver cómo su gigantesca criatura era troceada por su sucesora, la juez Núñez, que dividió la macrocausa en piezas manejables y con ello acotó su alcance penal. Ahora solo cabe esperar que este cambio de rumbo procesal no se resuelva en impunidad. Pero mientras salimos de dudas, vaya nuestro tributo a Mercedes Alaya, a cuyo quijotismo judicial deben mucho los andaluces deseosos de unos dirigentes limpios, para variar.

El feo: Miquel Iceta

La cintura más elástica de la zona euro, Juan Pablo. Iceta es ese danzarín frenético capaz de suscribir el 155 para detener el golpe y al poco pedir el indulto para ahorrarles a los golpistas las consecuencias adultas de sus actos. La incoherencia es el feo vicio de Iceta, que lo mismo sirve que traiciona la ideología de su sigla, según por donde sople la expectativa de poder más retorcida: sociovergencia, tripartito, bloque del 155 o candidato transversal en segunda investidura. Juega a todos los palos porque no cree en ninguno, y lo mismo ficha a nacionalistas de derechas que a viejos comunistas, y por el camino reivindica una Hacienda catalana a imitación del cupo vasco. Un prodigio, este Iceta, del regate corto que no veíamos en alguien de su perímetro abdominal desde que cogió sobrepeso Diego Armando Maradona.

El malo: Rodrigo Lanza, el asesino (presunto) de Víctor Laínez

Un malo de verdad, Juan Pablo. Un perroflauta macabro, cobarde y reincidente, que atacó a su víctima por la espalda llevado del odio ideológico que le inspiraban los colores de la bandera de España exhibidos en los tirantes de Laínez. Un sujeto despreciable este okupa chileno, brotado como un hongo venenoso de la podredumbre que crece en el fango antisistema. Un sujeto al que por cierto no le faltaron en su día elogios por parte de Iglesias y de Colau, por no hablar de la CUP, para la que no solo era un héroe antes sino que seguramente siga siéndolo ahora que todos sabemos que se trata de un asesino repugnante (presuntamente). Parémonos a pensar en las reacciones que nuestra opinión publicada y digitalizada habría exhibido si un nenonazi se hubiera cargado en plena campaña a un indepe con la senyera en los tirantes. Y obtendremos la medida del detestable doble rasero que pudre el criterio moral de una sociedad todavía acojonada por el pánico al calificativo de facha. Desgraciadamente, en España los asesinatos de extrema izquierda están mejor vistos que los demás. Esta es la pura, vomitiva verdad.

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