El presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, ha provocado un revulsivo con su propuesta de acelerar la construcción europea. Nada que ver con su lúgubre discurso del estado de la unión de hace un año, cuando el luxemburgués reconocía la «crisis existencial» que atenazaba a la Unión, con sus debilidades internas expuestas por la crisis de refugiados y el desconcierto tras la decisión de los británicos de abandonar el barco. El tono ha cambiado sustancialmente. Sugerencias como la unificación de las presidencias del Consejo y de la Unión tal vez no prosperen, pero sí tiene todas las papeletas de hacerlo su apuesta de reforzar la Unión Monetaria, algo que el Brexit facilitará.Angela Merkel, previsible ganadora en las elecciones del 24 de septiembre en Alemania, ya aceptó en agosto la propuesta francesa de un ministro de Finanzas y un presupuesto para la Zona Euro. Con el aval del eje franco-alemán, se anuncian también nuevos acuerdos comerciales, y a la vez un cierto giro social, con la creación de una Autoridad Laboral o un mayor control a las inversiones extracomunitarias. Habrá resistencias, seguramente, desde algunos países, pero la vía que plantea Juncker es hoy la única alternativa posible para superar la crisis de un proyecto que necesita desesperadamente recuperar la credibilidad y la confianza de los ciudadanos.