El Papa ha repasado en el avión, de vuelta a Roma, sus intensos días en Chile y Perú, y ha respondido a los periodistas sin rechazar ningún tema por espinoso que pudiera parecer. Francisco ha reiterado su absoluta condena de los abusos cometidos por ministros de la Iglesia. Ha recordado la firme política de “tolerancia cero” que inició Benedicto XVI y ha pedido incluso perdón a las víctimas que se hayan podido sentir ofendidas durante este viaje por alguna expresión suya que, como él mismo ha reconocido, podría haber sido más precisa.

El Papa Francisco ha retomado el asunto de la corrupción, de la que, como parte de la sociedad que es, la Iglesia no se libra. Pecadores sí, corruptos no, ha reiterado, y nos ha vuelto a invitar a todos a denunciar esa ciénaga que es la corrupción, que termina por destruir a la persona. El viaje a Chile y Perú ha estado marcado también por su atención a los pueblos nativos, ante los que ha abordado no sólo la necesidad de cuidar la casa común y promover una ecología integral, sino que también ha denunciado un cierto ambientalismo que, con la disculpa de promover la conservación de la naturaleza, no tiene en cuenta al ser humano. Chile, y particularmente Perú, han mostrado en estos días una rica y fuerte piedad popular. Son tierras que tienen la fe muy calada dentro, territorios de santidad; sociedades que, con todas sus sombras, presentan también una realidad luminosa hasta el punto de llenar las calles, como han vuelto a hacer esta vez, para salir a expresar sin complejos su fe y su contagiosa alegría.