Durante esta semana el enfrentamiento entre los socios de legislatura, PP y Ciudadanos, ha subido de tono. La formación naranja, de hecho, dice haber dejado congelado su acuerdo. Y los populares han acusado a Albert Rivera de haberse convertido en el líder de la oposición, después de haber sembrado en el Senado dudas sobre la financiación de su partido. El resultado de este enfrentamiento es que la aprobación de los presupuestos se aleja. Aumenta la perspectiva de una legislatura con un PP con muy poco margen de maniobra. Las decisiones más importantes las tendrá que tomar por decreto o por decreto-ley. Algo muy poco sano para la democracia y con muy poco recorrido.

En el enfrentamiento hay muchas razones partidistas y muy poca sensibilidad hacia el bien común. Ciudadanos cree, por las encuestas recientemente publicadas, que tiene cerca el sorpasso. El partido de Rivera está convencido de que el desgaste del PP por la corrupción y por la falta de renovación lo deja muy cerca de Moncloa. El PP está convencido de que los naranjas están muy verdes, y que hay que resistir hasta recuperar a los desencantados, mientras subrayan las contradicciones y la inmadurez de sus socios.

España necesita estabilidad, unidad ante la deriva secesionista e iniciativa política para afrontar las reformas pendientes. Entre los tres partidos constitucionalistas, más entre PP y Ciudadanos, hay muchos puntos de acuerdo. No se entienden las prisas de unos, la pasividad de los otros, la enemistad mutua. Demasiado cálculo a corto plazo.