Las 44 obras de arte sacro que permanecían todavía en el Museo de Lérida, han salido por fin esta mañana con dirección al monasterio oscense de Sijena. La historia se remonta a los años 80, cuando de manera desafortunada, la priora de Valldoreix, localidad a la que se habían trasladado las monjas, decide vender a la Generalitat de Cataluña unas obras que no son suyas, y lo hace, además, sin comunicarlo a Patrimonio Nacional. El largo camino judicial emprendido desde entonces ha ido dando la razón al monasterio de Sijena en todas las instancias.

Los incidentes ocurridos esta mañana a la puerta del museo ilerdense, sin ser cuantitativamente muy relevantes, son significativos por los argumentos esgrimidos y por quienes los han protagonizado. Es revelador que Puigdemont hable de golpe de Estado, que Esquerra Republicana se atreva a afirmar que se trata de un expolio, o que a los antisistema de la CUP no les dé vergüenza hablar de botín de guerra, mientras mandan a sus cachorros de Arran a provocar incidentes en la calle.

Hay una clase dirigente en Cataluña que desde hace tiempo vive instalada en la mentira. Hay quienes tienen el convencimiento de que pueden situarse por encima de la ley, y el problema ya no es tanto que radicalicen su discurso independentista y que sigan convenciendo a algunos, sino la enorme fractura social que han creado y la demoledora imagen de Cataluña que siguen proyectando al exterior día tras día.