La visita de un representante del Papa a Arabia Saudí puede calificarse de hecho histórico. El cardenal Tauran y el rey Salman se reunieron, nominalmente, para hablar sobre el papel de las religiones frente a la violencia. En realidad el Vaticano y Arabia Saudí trabajan ya desde hace años en este tema como miembros del Centro Internacional para el Diálogo, el Kaiciid, junto a los gobiernos de Austria y España. El rey Salman viajó incluso a Roma en 2007 para reunirse con Benedicto XVI, todo lo cual no disipó las sombras sobre las connivencias saudíes con grupos extremistas. Pero la situación es ahora distinta. Arabia Saudí está embarcada en un proceso de profundas reformas económicas, encabezadas por el príncipe Mohamed. Se trata de evitar el colapso del régimen, y la monarquía ha comprendido que solo tendrán éxito si van acompañadas de reformas sociales, lo que explica la sucesión de gestos aperturistas en los últimos tiempos. La libertad religiosa será, en esa línea, el mejor indicador de que los cambios van en serio, en un país donde las minorías tienen que esconderse para celebrar su fe. Por eso es tan importante que el cardenal Tauran pudiera encontrarse abiertamente con cristianos. Es un buen paso, aunque insuficiente para un país que ejerce un gran ascendente sobre los musulmanes de todo el mundo y tiene una grave responsabilidad en la paz mundial.