La crisis agravada en los últimos días en Cataluña ha servido, al menos, para que fuerzas políticas como Podemos muestren su verdadero rostro. En constante e imposible equilibrio, con Pablo Iglesias y la alcaldesa Colau a la cabeza, Podemos ha tratado de presentarse, paradójicamente, como salvador de la Patria. Su estrategia ha consistido en hacer pensar que el problema no radica en el desafío independentista y en su ilegalidad manifiesta, sino en el Gobierno del PP y las iniciativas judiciales para restablecer la ley.

Iglesias ha intentado lanzar foros pintorescos como una asamblea de alcaldes y parlamentarios por la convivencia, la fraternidad y la plurinacionalidad a la que ha intentado sumar al PSOE, que afortunadamente no está por la labor de seguirle el juego.

Esta política empieza a pasar factura, como muestran las encuestas y la escasa respuesta de sus propios militantes a asambleas como la del fin de semana en Zaragoza. No se puede pretender presentarse como una alternativa para gobernar España mientras se colabora abiertamente con el separatismo. No se puede pretender liquidar de un plumazo la democracia del 78, que tantos años de estabilidad y convivencia en paz nos ha brindado. No se puede, en fin, presentarse como solución cuando se es, en realidad, parte del problema.