El acuerdo de gobierno en Italia entre el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte introduce un nuevo factor de incertidumbre en el proyecto común europeo. El programa pactado tiene un marcado carácter nacionalista y populista. Propone levantar las sanciones a Rusia por su actuación en Ucrania, cuestiona el tratado de Dublín sobre las demandas de asilo, proyecta la construcción de nuevas cárceles y la expulsión inmediata de inmigrantes ilegales, y replantea la contribución de Italia al presupuesto europeo. Son propuestas que lógicamente inquietan a la Unión Europea, en un momento crucial para su futuro. Si en Francia, Holanda o Alemania se frenaron los populismos, en Italia no parece que haya sido posible.

El horizonte al que parece abocada la tercera potencia económica europea, en manos del voto del desengaño y la indignación, es el de una agudización de sus problemas económicos y sociales. Es difícil encontrar coherencia en un programa pactado entre fuerzas antitéticas, a las que sólo une el rechazo a la inmigración, la antipatía hacia el proyecto europeo y la aniquilación de la antigua clase política.

En todo caso este panorama es fruto del voto de los italianos, que ha conducido a una situación práctica de ingobernabilidad. Y ese voto responde a una degradación progresiva del sistema institucional, que refleja a su vez la erosión del sustrato ético y cultural de una sociedad que se ha colocado en una peligrosa pendiente que puede arrastar a Europa.