El Papa está desde ayer en Egipto. Su intervención ante el gran imán de la mezquita de Al Azhar, Al Tayeb, ha sido decisiva. La gran mezquita de Al Azhar es la principal referencia del mundo sunní en la región y en buena parte de África. En los últimos años este centro de reflexión y de estudio se ha pronunciado a favor de cierta forma de libertad religiosa, ha condenado el uso de la violencia en nombre de la religión y ha dado los primeros pasos para fomentar el concepto de ciudadanía en los países de mayoría musulmana. Francisco quiso encontrarse ayer con este islam que también ha condenado la persecución de los cristianos. El Papa, en una intervención profunda, subrayó que la religión no es un problema sino parte de la solución. Y al tiempo subrayó que la violencia es la negación de la auténtica religión. Se trata de una clara condena de la instrumentalización de lo religioso. El Santo Padre habló de las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra. En ese discurso Francisco insistió en la cultura del encuentro, que no es renuncia a la propia identidad sino valentía en la búsqueda del otro, con sinceridad en las intenciones. Estas palabras son una referencia para los cristianos y para todos los hombres de buena voluntad, sensibles a la amenaza del yihadismo y a los retos que encaran los países de mayoría musulmana, que no quieran dejarse llevar por simplificaciones ideológicas. Ni la guerra de religiones es una hipótesis adecuada, ni un laicismo cerrado, a la occidental, es la solución para avanzar hacia la democracia y la paz.