Estamos a poco más de un año de nuevas elecciones, en este caso municipales, autonómicas y europeas, que tienen gran importancia. La transferencia de competencias ha provocado que políticas decisivas para la vida de los ciudadanos se decidan en el nivel autonómico y en los ayuntamientos. Por otra parte, el Parlamento Europeo tiene cada vez más peso.

Los partidos han comenzado ya una pre-campaña que será larga. Volveremos a votar cuando los efectos más negativos de la crisis hayan quedado atrás, pero la mejora de la economía no supone que el deseo de regeneración de la vida política haya desaparecido. Hay muchos, especialmente entre los votantes más jóvenes, que siguen mirando con desconfianza las instituciones democráticas y especialmente a los partidos. Y la aparición de nuevas formaciones no ha servido para impulsar automáticamente esa regeneración aún pendiente. Se han tomado medidas para luchar contra la corrupción, los tribunales están haciendo su trabajo, pero es solo el primer escalón del saneamiento necesario.

Es necesario superar la tendencia a asfixiar a la sociedad civil y someter a las instituciones, porque una democracia es sana cuando los partidos no lo invaden todo. En España tenemos mucho camino por recorrer para recuperar un lenguaje de la verdad en la vida política. No es lo mismo que las palabras estén sostenidas por hechos que no lo estén. Las palabras de los líderes políticos no deben ser un laberinto del que no se puede salir, no deben alimentar el cinismo. Necesitamos palabras sinceras.