El mundo del fútbol lleva tiempo bajo la lupa de la Justicia. Así debe ser, porque España es un Estado de Derecho y ningún ámbito se escapa al control de la Justicia; el deporte y el fútbol, tampoco. La llamada “operación Soule” ha supuesto la detención del presidente de la Federación, Ángel María Villar, de su hijo Gorka y de Juan Padrón, vicepresidente económico. Se espera una decena de arrestos más y podrían estar implicados en delitos de administración desleal, falsedad documental, corrupción entre particulares y apropiación indebida, todo ello en relación con la organización de partidos internacionales. Con toda la cautela que el caso requiere, para muchos la noticia de la detención del presidente Villar no ha sido una sorpresa. Está siendo investigado en la actualidad por el Tribunal Administrativo del Deporte, fue imputado en su día por un delito de prevaricación, y su gestión al frente del máximo organismo del fútbol español, durante los últimos 29 años, ha adolecido de falta de transparencia. Aunque el fútbol sea uno más ante la Ley, todo lo que toca al mundo del balón no es exactamente un asunto más, por la repercusión social que alcanza y los referentes éticos en los que se convierten muchos de quienes lo protagonizan. Quienes juegan y quienes tienen la responsabilidad de dirigirlo al más alto nivel deben entender esto. El fútbol profesional se ha convertido en industria del espectáculo, pero tiene un ineludible aspecto moral, que es el que en verdad le da sentido.