El cambio de criterio del Partido Socialista con respecto al CETA, el tratado de libre comercio entre Europa y Canadá, lanza una señal equivocada. En su estrategia de lanzarse a competir con Podemos por la izquierda, el PSOE asume el discurso antiglobalización que demoniza los tratados de libre comercio. Europa ha firmado ya casi 50 sin que apenas se escucharan protestas. El de Canadá, hasta ayer mismo ensalzado por los eurodiputados socialistas españoles, es el primero de una segunda generación de tratados que abarca también las inversiones y los servicios financieros. En ese sentido se puede considerar un paso importante cara al objetivo de gobernar la globalización, un proceso que ha aportado muchos más beneficios que costes al planeta y que además es imparable. Y aunque hay imperfecciones en el CETA, las principales objeciones han sido corregidas, por ejemplo al asegurar mayor transparencia y control público en los mecanismos de arbitraje para disputas entre estados e inversores. Aparcado por Donald Trump el tratado entre Europa y EEUU, la UE tiene la oportunidad con el CETA de ir forjando las reglas futuras del comercio internacional. Los estándares socio-laborales y medioambientales del tratado son muy superiores a los que marca la Ronda de Doha. Esa es la vía. Regular la globalización, no caer en populismos alejados de la realidad.