Desde el pasado lunes se desarrolla en la sede de las Naciones Unidas una asamblea con el objeto de prohibir el uso de las armas nucleares, lo que implicaría la destrucción total de lo arsenales existentes. El hecho de que no asista casi ninguna de las potencias que poseen este tipo de armas de destrucción masiva, hace prever que la conferencia vaya a tener mucho éxito. Pero el empeño de la ONU está más dirigido a llevar a la conciencia de los pueblos la determinación de buscar la paz por otros medios que no sean la amenaza recíproca. Los países que disponen de arsenales atómicos, alegan todo lo contrario: que gracias a la existencia de estas armas se está manteniendo un clima disuasorio de paz, sobre todo ante la amenaza permanente que suponen países como Corea del Norte. Para el Vaticano, que asiste a la asamblea desde su estatuto de observador, lo que importa es promover con determinación las condiciones necesarias para un mundo sin armas nucleares. Es lo que dice el Papa en un mensaje en el que recuerda que la propia carta de la ONU tiene por objetivo la solución pacífica de las controversias. El propio hecho de que exista una amenaza de destrucción recíproca contradice ese espíritu fundacional. Las múltiples amenazas que se ciernen sobre la paz, desde el terrorismo a los ataques cibernéticos, los problemas ambientales o la pobreza, no se resuelven precisamente con estas armas que tantos recursos exigen y que solo ofrecen una falsa sensación de seguridad. No obstante, aunque ahora no se esperen grandes acuerdos, la asamblea de la ONU abre la posibilidad de un cambio cultural que pase de la disuasión al diálogo como un imperativo moral y humanitario, tal como sugiere el Papa.