Este pasado fin de semana se ha producido en Mogadiscio, la capital de Somalia, uno de los atentados más sangrientos cometidos en toda África desde que el terrorismo de raíz islamista trata de desestabilizar numerosos países africanos. Más de trescientos muertos y un millar de heridos ha sido el resultado de la explosión de dos camiones-bomba. El atentado tiene el sello de las milicias islamistas de Al Shabab, franquicia de Al Qaida en este país que desde principios de año empezaba a soñar con una especie de primavera de paz, cuando fue elegido presidente un político que vivía refugiado en Estados Unidos y que gozaba de gran popularidad, llamado Mohamed Abdulahi.

La ONU ya decidió intervenir en 1992 para poner fin al infierno de una guerra civil que, sin embargo, se agravó después del fracaso de la “Operación Restaurar la Esperanza”. La guerra entre facciones cambió de fisonomía con la aparición de los atentados terroristas que han sobrepasado en crueldad a todos los que vienen registrándose en otros países africanos. Lo grave es que antes del horrible atentado ya habían aparecido las primeras fisuras en el Gobierno de Abdulhadi con la dimisión del ministro de Defensa y del jefe del Ejército, con lo que toda la esperanza de una reconciliación nacional ya empezó a disiparse. La pregunta ahora es qué futuro espera a este país, pobre entre los pobres, sumido en la hambruna y falto de medios para afrontar un terrorismo empeñado en impedir cualquier atisbo de estabilidad, no solo en Somalia sino en los países vecinos, especialmente Kenia.