El final de ETA es un sueño por fin cumplido, después de muchos años de sufrimiento por parte de todos los españoles, especialmente en el País Vasco. Pero sería iluso pensar que es posible pasar página sin más. Sería una tremenda injusticia y una traición a las víctimas asumir un relato aséptico que las situara en pie de igualdad con sus verdugos. La nueva situación requerirá gestos de generosidad, pero eso no exime de una lectura crítica de lo ocurrido durante 40 años, en los que la banda criminal se dedicó a sembrar el miedo con sus asesinatos con el objetivo de imponer su proyecto político totalitario. Unos por afinidad y otros por miedo dejaron abandonadas a esas víctimas y aumentaron su dolor. Toca ahora hacer examen de conciencia.

Lo han hecho de forma clara y rotunda los obispos de las diócesis del País Vasco y Navarra, en una declaración en la que piden perdón por las «complicidades, ambigüedades» y «omisiones» hacia el entorno terrorista que se han dado también entre algunos católicos. Esa dolorosa realidad no ensombrece el trabajo de muchos otros miembros de la Iglesia que inequívocamente se han situado del lado de los más débiles, promoviendo la reconciliación desde la verdad y la justicia. Esa es la línea que animan a mantener los obispos. Porque para que haya verdadera paz, se necesita también «auténtico arrepentimiento» y «disposición real a reparar el mal cometido».