No hay nada inevitable en política. No es inevitable que, tras la constitución este miércoles del Parlament, el independentismo catalán siga necesariamente defendiendo la investidura de Puigdemont. Investidura que va contra el sentido común y que bloqueará la vuelta a la normalidad.

ERC tiene en su mano todos los argumentos necesarios para no apoyar el empecinamiento de Puigdemont. Sus propios líderes han pedido en los últimos días realismo y superar los personalismos. Han dicho que el independentismo tiene que ampliar su base social, sugiriendo que con el 47 por ciento de los votos no se puede insistir en la vía unilateral.

En las últimas horas dos acontecimientos les han dado, por si faltaban razones, dos argumentos contundentes para desengancharse de Puigdemont. Uno es el informe de los letrados del Parlament, que dice claramente que dentro del reglamento no cabe ni la investidura telemática ni delegada. El otro es la sentencia de la Audiencia de Barcelona sobre el caso Palau. Es evidente que el PdCat es la misma Convergencia que ha sido hallada culpable por el cobro de casi 7 millones de euros en comisiones ilegales. La responsabilidad política de Mas en la trama es evidente. Pero antes de abandonar la presidencia de su partido Mas hizo una recomendación que ERC haría bien en oír: no se puede poner la ideología por encima de la realidad. Como él hizo durante años.