Siria está inmersa en una especie de apocalipsis humanitario debido a las últimas acciones de guerra de la fuerzas de Bashar Al Assad, que están arrasando la zona de la Guta oriental, el jardín de Damasco, considerada como principal bastión de los rebeldes. Las cifras de muertos se han incrementado de forma alarmante en los últimos días mientras continúan los bombardeos de casas, hospitales y escuelas, en lo que parece el preludio de un ataque terrestre definitivo. La situación también se agrava en la frontera con Turquía, donde combaten fuerzas turcas contra milicianos kurdo-sirios. Las conversaciones de paz del año pasado en Kazajistán son ya papel mojado.

Apoyado por Irán y Rusia, Al Assad quiere dar el golpe definitivo a la variopinta oposición armada. Lo cierto es que se aleja la esperanza de una salida consensuada para Siria. Después de una guerra que dura ya siete años, y que ha causado más de cuatrocientas mil víctimas y millones de desplazados, la desorientación de Occidente es dramática, mientras Rusia y Turquía refuerzan su papel protagonista en la región.

Una vez más la población civil se ve entrampada en los cálculos de los poderosos de dentro y fuera del país, mientras su aspiración a la paz y a la reconstrucción se ve asfixiada por el fragor de unas armas, que como ha dicho el Papa, sólo obtendrán una victoria falsa.