Tras visitar Egipto, el Papa piensa ya en ese viaje que ha anunciado que realizará este año a Bangladesh, otro país de mayoría musulmana. Es un indicativo de la importancia que concede al diálogo con el islam, pero también una prueba de que se trata de un proceso largo, en el que sería equivocado esperar resultados inmediatos. En El Cairo hay un interesante debate, de gran impacto en el mundo musulmán, sobre la necesidad de separar religión y política. El islam ha identificado tradicionalmente comunidad religiosa con comunidad civil, reservando a judíos y cristianos el estatuto de grupos «protegidos», siempre y cuando accedieran a pagar un impuesto especial. Se habla ahora, sin embargo, de un nuevo concepto de ciudadanía inclusiva, algo que apoyó expresamente el Papa al citar ante el presidente Al-Sisi el lema de la revolución egipcia de 1952: «La fe es para Dios, la patria es para todos». Es evidente que este debate encuentra muchos obstáculos en el islam. Hay países como Arabia Saudí o Qatar que expanden por el mundo una visión intransigente de la religión. Pero también es necesario que, en muchos países de mayoría musulmana, la población adquiera un mayor nivel educativo y religioso, lo cual no se consigue de un día para otro. La idea de un Estado laico hostil a la religión, que se transmite desde muchos países occidentales, tampoco ayuda a superar barreras. Si la democracia y los derechos humanos se perciben como una especie de caballo de Troya del ateísmo, no puede sorprender que muchos musulmanes los miren con recelo.